domingo, 5 de febrero de 2017

Nos mudamos

Por si, alguien siguiera aquí, después de tantísimo tiempo, hoy he hecho público el secreto por el que dejé de escribir en La Madriguera.
Lo justo es hacerlo aquí también. http://explosionar.blogspot.com  
Y además, también página de Facebook, para un contacto más directo y las novedades al día (¡con un montón de fotos con frase que podéis compartir!): https://www.facebook.com/Explosionar/ 
Gracias.

Nos leemos.


domingo, 5 de abril de 2015

Vértigo.



Ha venido una desconocida y se ha sentado a mi lado. Creo que no sabe que me iba a tirar. Creo que ni siquiera sospecha que he llorado apenas unos segundos antes de que llegara, que me he lamentado de mi triste existencia y estaba decidido a acabar con ella.

Creo que no lo sabía porque se ha sentado a mi lado, con una sonrisa y me ha ofrecido un cigarro.

- Siempre vengo aquí para estar sola y relajarme, pero siempre hay alguien- la miro desconcertado porque me habla como si nos conociésemos de hace tiempo-. En realidad no me importa, ¿sabes? Me gusta la compañía. Sobre todo me gusta la compañía desconocida en estos momentos. 

Tiene los ojos claros y las manos nerviosas. Se humedece los labios cada vez que mira hacia abajo y suelta una pequeña risita cuando le sostengo la mirada. Lleva una falda corta, unas converse altas y desgastadas y una camiseta que, sospecho, se ha hecho ella misma. 
Me ha dicho que se llama Clara.
Es una de esas personas con el alma triste y el espíritu rebosante de alegría; es...toda una contradicción.
No ha parado de hablar desde que ha llegado y me ha hecho reír. ¿Hace cuánto que no me reía? Ni siquiera sé bien de lo que está hablando, pero me gusta como se mueve su boca y el cigarro se consume entre sus dedos de pianista.

- Una vez pensé en tirarme, ¿sabes?- mi cuerpo entra en tensión y espero que no se dé cuenta-. Qué chorrada, ¿no? Como si no me quedasen cosas por vivir. Piénsalo, no nos habriamos conocido. Los días malos abrazados por malas épocas son tan peligrosos como nosotros mismos creyéndolos eternos.-mira al horizonte y se enciende otro cigarro.

- ¿Sabes? Creo que voy a aceptar ese cigarrillo-digo sonriendo.


domingo, 18 de enero de 2015

Caelum.




Érase una vez una niña que vivía en las nubes. Había nacido de una tempestad hacía mucho tiempo (pero no el suficiente como para que dejase de ser una niña). La muchacha no tenía nombre, pero no le hacía falta, porque en las nubes nadie sabía hablar. Para llamarla el viento la silvaba, o la rodeaban las nubes.
Todos arriba la adoraban y cuidaban, pero la niña no era del todo feliz. Saltaba de una nube a otra, movía las estrellas por la noche para dibujar al cielo, o se dejaba volar con el viento, que estaba enamorado de ella.
Un día la niña, tumbada en una nube recibió un ligero impacto contra su brazo. ¿Qué es ésto? se preguntó en voz alta. Maravillada por aquella tela de colores y cintas que bailaban a su alrededor al ritmo del aire, lo aferró entre sus manos y sonrió. De pronto algo tiró de su nuevo juguete queriendo separarlo de ella. Al principio, lo atrajo con fuerza hacia sí, pero el aire y su ligero peso jugaron en su contra y al final fue la cometa quien la llevó con ella.
Sujeta con fuerza voló entre las nubes y empezó a avistar lo que había debajo de ella. Hasta entonces la niña jamás había pensado que hubiese algo bajo las nubes que pisaban sus pies.
Estaba maravillada ante aquel paisaje con tantas cosas que desconocía.Tan maravillada y distraída se hallaba que soltó la cometa momentáneamente y, aunque no se cayó, gritó asustada sintiendo, por primera vez en su vida, vértigo.
El niño que manejaba la cometa la vio en el acto, pero ella tardó un poco más en descubrir que aquel juguete no revoloteaba a su alrededor por casualidad.
Cuando por fin le vio, se sentó en la cometa y le sonrió mientras movía el brazo. El niño recogió el hilo de la cometa lo suficiente como para divisar la sonrisa de aquella niña tan extraña.

- ¿Qué haces ahí arriba?-gritó el muchacho.
- Y tú, ¿qué haces ahí abajo?-le contestó ella.
- No correr peligro, ¡si te caes, te vas a herir!
- ¿De veras? Nunca me he herido. Creo que no puedo.
- ¿Acaso eres un ángel?-preguntó el niño estrañado.- No tienes alas.
- ¿Qué es un ángel?-preguntó ella.

Mientras hablaban el niño había comenzado a recoger el hilo de su cometa dónde aquella curiosa niña estaba sentada. Ella parecía no reparar en el descenso y continuaba hablando.

- ¿Tú eres un ángel?-volvió a preguntar la niña.
- No, los ángeles viven en el cielo y pueden volar.
- Entonces, esto es un ángel-dijo la niña señalando la cometa.- ¡Ya lo entiendo!

El niño se había fijado en que, además de que aquella niña era lo suficientemente ligera como para que una cometa pudiese sostenerla, se podía ver a través de ella; era translucida.

- ¿Y cómo es vivir allí arriba?-le preguntó de pronto el niño.
- Aburrido-contestó ella.- Aquí abajo parece haber más cosas que hacer. ¡Además tenéis ángeles con los que subir al cielo!
- ¿Eso quiere decir que prefieres vivir aquí?-dijo el niño viendo la puesta de sol a través de la niña.
- ¿Y cómo voy a bajar de las nubes?
- Ya estás abajo-dijo él.

La niña dio un respingo al darse cuenta todo lo que había descendido. Se sentía asustada y emocionada. ¡Gracias a aquel muchacho había conseguido bajar sin sentir vértigo!

- ¿Cómo te llamas?-le preguntó el niño mientras le tendía una mano.
- No tengo nombre.
- ¡Todo el mundo tiene nombre!

En ese momento la niña puso sus pies sobre la tierra y un haz de luz cegó al joven que aún la sostenía de la mano. Cuando el niño volvió a abrir los ojos ya no había puesta de sol a través de su compañera sino detrás.

- Caelum. Me llamo Caelum. -dijo ella con seguridad.
- Encantado Caelum. Yo me llamo Terra, pero puedes llamarme Ter.





lunes, 29 de diciembre de 2014

Soplar las velas.




Era 11 de abril, día de cumplir y descumplir.

Yo cumplí 9 años y mi mejor amigo descumplió la promesa de que jugaríamos toda la vida juntos. Claro que por aquel entonces yo no podía entender que las promesas, la mayoría de las veces, son sólo palabras que no atan mas que a las personas nobles y otras veces, se rompen a pesar de que las cuidemos y aunque queramos pasar la vida haciéndolas verdad. ¿Qué iba a hacer él con 9 años?
Yo, desde luego, llorar.
El suyo, es el único recuerdo que tengo a cámara lenta. Le veo en el coche con su madre y su hermana mayor, mirando hacia atrás con los ojos más tristes que en mi vida he visto. Apretaba en su mano el cuaderno rojo que escribimos juntos sobre todas nuestras aventuras (y que decidí que sería un buen regalo de despedida).
Habíamos vivido demasiadas vidas como para que abandonara la mía aquella tarde de primavera. Fuimos piratas, espías, exploradores, cosmonautas, dragones, ninjas, escuderos, fantasmas, lobos, niños perdidos, detectives...fuimos todo lo que no podíamos ser.
Durante esos nueve años, con sólo unos metros separando nuestras casas habíamos compartido más horas juntos de las que lo hacíamos con el sol. Nos perdíamos en el bosque creando historias de las que éramos los protagonistas, dormíamos juntos y hacíamos tiendas de campaña con las sábanas y la imaginación, saqueábamos los armarios de las galletas en nuestras casas, nos mandábamos notas en forma de aviones de papel cuando íbamos a clase, subíamos a los tejados de las casetas de nuestros vecinos para ver las estrellas (e imaginar, a veces, qué galaxias visitaríamos o cómo mandaríamos señales a los extraterrestres).

Hoy hace diez años de aquel 11 abril.
Y como siempre, mi deseo y su recuerdo se confunden con la llama de las velas.

La oscuridad llena la habitación durante unos segundos y el silencio se convierte en aplausos. Mi madre me abraza, mi hermano ríe, mi padre parte la tarta, mis abuelos me miran sonrientes y mis amigos se acercan con un montón de regalos que ponen frente a mí.
Uno de ellos me llama especialmente la atención, quizás por el papel que lo envuelve. Así que lo cojo y noto como todos se miran entre ellos, buscando al propietario del regalo.
Termino de quitar el envoltorio y mis ojos se llenan de lágrimas. Cuando abro el cuaderno rojo y descubro sus páginas en blanco, sonrío y alzo la vista, buscando a quién agradecerle aquel regalo que, seguramente, no sepa que ha podido transportarme e ilusionarme a otra época de mi vida. Es exactamente igual que el cuaderno rojo de aventuras, pero sin ninguna escrita en sus páginas. ¿Cómo he podido pensar que podría ser nuestro cuaderno?
Alzo la vista con el cuaderno aún en mis manos y el corazón se me para. Las aventuras que viví hace 10 años con él no estaban en ese cuaderno pero si lo estaba su protagonista y (ahora sabía) el propietario del regalo. Aunque el tiempo había pasado, sin duda era él.
Se acerca a mí, sonriendo.

- Creo que ya es hora de una segunda parte de nuestro libro rojo, ¿no?






miércoles, 3 de diciembre de 2014

Efecto Romeo y Julieta.




En aquel pueblo todos se conocían, y sino lo hacían, se sabían más que de vista.
Desde pequeños, Luna y Marcos habían sido más íntimos (en un secreto a voces de sus miradas y risas cómplices) que el resto de su grupo de amigos. Con el tiempo, la relación se fue afinando, y sabiéndose que sus familias no se llevaban demasiado bien, produjo que los rumores fueran mucho más jugosos que los de cualquier otra pareja de críos del pueblo, apodándoles, así, Romeo y Julieta. La prohibición y el escándalo de aquella relación clandestina hizo las historias volar a una velocidad de vértigo.

A menudo, Marcos leía sus historias y poemas, y Luna interpretaba a sus personajes, repitiendo cada frase y haciéndolos suyos.

Marzo le trajo a Luna trece años y Marcos le hizo el regalo que desencadenaría una historia de confusión. Con aquella primavera vino una de las lunas llenas más brillantes desde hacía muchos años. Esa noche, cuando Luna pidió permiso para salir con Marcos, sus padres no se lo permitieron. Y como siempre que ocurría esto, Luna se escapó. Con alma y agilidad de gata, descendió desde su balcón hasta el suelo a la distancia de un primero. Algunos vecinos que la vieron esa noche, la creyeron fugarse.
A partir de ahí todo rodó…cuesta abajo. Al día siguiente sólo se hablaba de los dos trágicos amantes; de sus planes de fugarse juntos, del intento de suicidio del pobre chiquillo de catorce años, de la desaparición de los dos…
Entre colas de frutería y charletas en el parque, consiguieron reconstruir una historia de verdades a medias, exageraciones y valientes invenciones.

Se escapó de casa por el balcón y salió corriendo hasta el edificio abandonado con lo puesto, ¡ni siquiera llevaba zapatos! Cuando llegó, el chiquillo estaba asomado a la azotea amenazando con suicidarse. ¡Él pensaría que ella le había abandonado! Y empezó a andar por la cornisa, como dudando, pero cada vez se tambaleaba más. Entonces la chica le empezó a gritar que había llegado y que no lo hiciese mientras lloraba desconsolada. “¡ESTOY AQUÍ!”, decía la pobrecita todo el tiempo. Fue en ese momento, en el que se iba a tirar al vacío, cuando la vio. ¡Menos mal! Después de eso se abrazaron y algunos me han asegurado que hasta se besaron apasionadamente. ¡De película! ¿verdad? Y desde anoche no se les ha vuelto a ver a ninguno de los dos. Se han fugado juntos. Romeo y Julieta con final feliz.

Esa era la versión oficial que se escuchaba en cada rincón del pueblo.
Fugas y suicidios; una verdadera tragedia romántica, ¿verdad? Pero las apariencias engañan y la verdad no podía ser más inocente de lo que lo eran ellos.
No se supo, oficialmente, nada de ninguno de los dos hasta la noche siguiente. Y no fue hasta pasados los meses que los vecinos empezaron a desengañarse de aquella fábula que habían creado ellos mismos.
Lo que realmenete ocurrió aquella noche, es que Luna se escapó de casa y se dirigió al edificio abandonado que tantas veces había transitado y dónde habría de encontrarse con Marcos, para por fin abrir el regalo de su cumpleaños. Cuando la chica llegó y le vio en la cornisa, le gritó que ya estaba allí. Marcos tuvo que inclinarse y forzar la vista para poder distinguir a Luna. Cuando por fin subió, los dos se sentaron en lo más alto del edificio y Luna pudo abrir su regalo. Un sobre morado que rezaba “Mírate arriba. El mismo nombre. La misma luz.Su regalo era el mejor poema que jamás escribiría Marcos a lo largo de su niñez, adolescencia, juventud y vejez. Cuando Luna le preguntó por el titulo del que sería el mejor regalo de su vida, Marcos, simplemente, contestó “mi mejor amiga”.


Las apariencias engañan, los rumores corren más rápido que el tiempo y la verdad, y el amor no sólo es romántico.



domingo, 19 de octubre de 2014

La tierra del olvido



Hace unas semanas me descubrí entre palabras. No metafóricamente; me encontré en un libro. Leí mi historia, mis defectos, mis miedos, mis recuerdos y mis secretos mejor guardados.
Un libro cuyo título era La tierra del olvido y su autor anónimo. Un anónimo que sabía demasiado bien sobre mi vida.
Por supuesto, la protagonista no tenía mi nombre, ni las situaciones eran exactas a mi historia. Pero las coincidencias eran más que evidentes.

"Aquella mañana de noviembre, con la segunda luna cubriendo parte del sol, me encaminé hacia lo prohibido; hacia el palacio de Nedai, la princesa de las elfas. Indiscutible era su belleza, pero mayor aún era su maldad. Hacía unos días, jugando con magia negra, había maldecido a mi madre."

Nedai, la supuesta princesa de las elfas, era en realidad Amaya; una niña insoportable de mi niñez que había boicoteado los pasteles que mi madre hacía para ganarse la vida. 
La tierra del olvido no sólo contaba muchos episodios de mi vida, sino también los mayores de mis secretos. Me tranquilizaba que no sólo había que saber leer entre líneas para poder dar con ellos, sino ser conscientes de que aquello no era un libro de fantasía, sino un rompecabezas hecho de metáforas.

La historia acababa hacía tres años, cuando me gradué en la universidad (en el libro finalizaba cuando la protagonista cruzaba por fin el bosque maldito, que durante sus aventuras resulto ser más emocionante y menos perverso de lo que las criaturas contaban). Sin embargo, la sinopsis aseguraba que La tierra del olvido era una triología.
He estado semanas pensando únicamente en este tema, la obsesión empezaba a ser enfermiza pero la intriga sólo aumentaba con el paso de los días.
Averigüé que la segunda y tercera parte aún no habían sido publicadas, pero que el autor estaba trabajando en ello.
Después de indagar en bibliotecas, librerías, editoriales, archivos y cualquier rincón de internet, decidí leérmelo por segunda vez, esperando encontrar algo más entre líneas.
Esta vez me volví a descubrir entre palabras, pero de otra forma.
La primera vez había pasado por alto la dedicatoria (ya sabéis, la que siempre viene en la primera página, en cursiva, y muy poca gente lee).

Querida Inés - fijé aún más mi atención al leer mi nombre - hemos vivido más aventuras de las que un libro pueda contar. Has sido mi más fiel compañera en la fantasía; junto a batallas contra dragones, engreídas elfas y torreones impenetrables. Pero aún más lo has sido en este mundo real, en el que desde hace unos años sólo nos tenemos la una a la otra.
Escribir La tierra del olvido con nombres y situaciones de este maldito mundo que nos ha quitado los recuerdos sería como dejarle ganar. Ya sabes, a él. Nos hemos enfrentado a los peores villanos y a las situaciones más duras, pero nunca a un final constante. Pero no nos queda otra. Así que esta es mi forma de luchar contra él; contra el Alzheimer, y poder seguir a tu lado. Que sigamos las dos siendo una; un pasado y un presente, para construirle a nuestro futuro una vida que no sea desconocida.

Con lágrimas en los ojos y el corazón olvidándose de latir, empecé a recordarlo todo; las pruebas médicas, las lágrimas, la confusión, el miedo y la impotencia. ¿Cuántas veces habría leído La tierra del olvido? Quizás fuese la primera vez, o quizás la novena. No lo sabía. Aquellas sensaciones volvieron a apoderarse de mí por un instante.
Pero aquella Inés que se disfrazó de anónima para escribirme tenía razón. Él no iba a ganar. Abrí el ordenador y busqué un archivo muy concreto que ahora sabía que existía.


No iba a permitirme olvidar.


jueves, 2 de octubre de 2014

Desdibujando palabras






Han pasado ya cuatro meses y Ana no se atreve a sostener el bolígrafo ni tan siquiera cinco segundos. Sabe que si todo lo que siente explosiona en palabras puede no haber supervivientes (como siempre que escribe con lágrimas en los ojos).

El folio en blanco, le mira desafiante, inquisitivo. Esa tinta que apenas nadie presta atención es ya tan parte de ella como el aire que respira; es tinta de sangre, de su sangre, tinta cargada de ella. La mesa está llena de folios, bolígrafos, cuadernos, fotos, bocetos,… recuerdos que no sabe cuánto tiempo va a ser capaz de sufrir.

Pero aún queda mucho de Jorge en Ana. Se ha jurado no volverle a rimar, no volverle a recitar, pero su nombre se aparece en todos sus versos. Jorge, por su parte, ha encontrado a otra musa a quien dibujar. Ya no son las curvas de Ana las que se aparecen en sus dibujos, ni sus recuerdos en su cabeza.

Ahora ella se esconde entre libros, entre versos, mientras él lo hace entre las piernas de su nueva inspiración.

Cuando un artista le rompe el corazón a una poeta siempre pasa; ella deja de tener a quien le pinte sonrisas y sólo se tiene a sí misma, que llora en palabras y versos malditos.
Si hay algo más peligroso que dos artistas enamorados, es uno con el corazón roto.